Los dientes del dragón que milímetro a milímetro han emergido de la tierra, eso fue lo que aquellos cartógrafos de antaño retrataban en los planisferios.
Dibujaban y describían con miedo e imaginación aquella Terra Incognita poco explorada, llegando escribir en latín: “hic sunt dracones” (Aquí hay dragones).
Un monstruo rocoso que emerge de las aguas del hemisferio sur, nada más acertado para describir una geografía abrupta, desconocida e impenetrable. Más bien la espalda de un estegosaurio que se niega a derribar las mitologías cartográficas.
Ese es el sur de Tierra del Fuego, un roquerío dentoso que a causa de sus intransitables paredes verticales sólo podemos contemplarla a distancia.
Geolectura
Modesto, tal vez, para ojos y tiempo humanos, pero así, a sus 20 millones de años de vida, la Falla de Magallanes ya acumula decenas de kilómetros de desplazamiento.
El territorio no es ajeno a la intensa actividad que transcurre entre este borde de placas. El incesante movimiento de la falla de Magallanes genera una intensa abrasión que deja su impronta en la superficie; configura y modela el paisaje.
Glaciares, ríos y canales buscan abrirse camino por donde el territorio les ofrece menos resistencia y así, flujos de agua y hielo encuentran su senda en los sectores deformados y debilitados por la falla. Desde la traza principal de la falla se irradia una red de fracturas en la corteza terrestre, hacia el Noreste y hacia el Suroeste, que acomodan los fragmentos de corteza como piezas de un puzle, curvándose todo el extremo del continente Sudamericano hacia el Este.