Los accidentes del paisaje se escondían al sur de Punta Arenas, allí donde nuestro pasar es de una condición explorable, del hambre de conectar con las geografías, esas distantes pero tejidas.
Allí está esa cumbre de un generoso atajo hacia aquellos paisajes ocultos. Allí se atan los pedazos de tierra y los cursos de agua, sería como un fin o un inicio, dependiendo por donde vengas.
En el año 1834 Charles Darwin junto a John Tarn la conocieron, con aquella ansiedad exploradora de poder admirar este territorio nuevo y desconocido desde su perspectiva más amplia y abrasadora.
Allí están los cordones montañosos, los archipiélagos que se asoman por el mar, bosques tupidos de canelos y el estrecho como unificador de aquellos elementos del paisaje, que alguna vez fueron de otros.
Desde Punta Arenas, un día despejado y luminoso lo podrás observar, esos 70 kilómetros de distancia no reducen su grandeza.
Geolectura
El Monte Tarn emerge aislado de entre los cordones de la Faja de Magallanes. Su cumbre es refugio de fósiles de amonites, pequeños moluscos que solían habitar la zona hace unos 100 millones de años, cuando el clima era cálido y el océano cubría aún mayores extensiones.
Los relictos petrificados del ecosistema y la vida de estos antiguos residentes hoy se aprecian como rocas grisáceas que se despliegan en la cumbre del Tarn, y que se revelan en la costa durante la bajamar.
Tiempo atrás, la arena y los relictos de la vida se acumulaban en el antiguo fondo marino. Su propio peso y el paso del tiempo transformaron estos conjuntos desagregados en mantos de roca.