Como parte del paisaje de tránsito al sur de la Isla, se extiende un mar de bosques siniestrados, recordando a diario una errónea historia de introducción. Amplios estanques de agua bañan la base de los montes Fueguinos.
El curso de estas aguas fue interrumpido por diques: troncos, ramas y hojas de lenga, talados y acumulados por castores con el objetivo de adaptar un ecosistema foráneo en su hogar. Los delicados bosques de lenga no sobreviven a la tala de sus troncos e inundación de sus raíces. Leños despojados de vida son vestigio de estos bosques, que hoy se reflejan junto a los montes precordilleranos en el agua estancada.
Así es como vemos una lastimosa situación de intervención, con sentimientos encontrados podemos admirar una atrayente y particular estética en el paisaje, pero que por otro lado nos estremece al saber su origen que aunque ha sido un fatídico error, esto es parte del aprendizaje de los procesos interculturales.
Geolectura
Las rocas son los huesos de la Tierra, la estructura ósea que sostiene las montañas y contiene lagos y océanos. El suelo que la cubre y la vegetación son su piel, capa viva, inteligente, que respira con nuestra atmósfera, los árboles, cual vellos, atrapan y ralentizan los vientos, traspasando sus vibraciones a la tierra y las rocas.
Así, cuando el hombre interviene y quita el bosque, la roca desnuda queda a merced de los elementos, desollada, la Tierra herida pierde su fuerza y su belleza.
También el castor, cuando inunda los valles, pudre la tierra, la turba y las raíces de los árboles, para construir un hogar en medio de la laguna, para protegerse de un predador que nunca vendrá.
Tan ajeno es el castor como los humanos que quemaron los bosques para introducir ovejas. Los miles de años que tardará el suelo en regenerarse no dañan a la Tierra en su escala billonaria, sólo nos hacemos daño a nosotros mismos.