Borde Costero de Isla Navarino
-54.906753, -68.018641
grupo 2-04
Isla Navarino 2
Isla Navarino 3
Isla Navarino 4
Isla Navarino 6
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Paisaje Intervenido

A lo largo de la breve ruta Y-905, la única existente en Isla Navarino, se pueden observar paisajes intervenidos, por la misma acción antrópica que graba patente su huella al abrir caminos, los cuales nos entregan la accesibilidad para observar estos paisajes remotos.

Estos también son paisajes de tránsito, tanto para nosotros que a través de este camino avanzamos bordeando la Isla, como en otro tiempo lo fueron para los yaganes ancestrales, que recorrían a lo largo del Canal Beagle en medio de una sacrificada vida nómada. Desde sus canoas los yaganes divisaban paisajes prístinos, bosques verdes y tupidos, sin caminos artificiales, ni intervenciones industriales, ni menos las cuantiosas represas de castores que hoy en día son parte del paisaje isleño.

Las castoreras, que también son parte de la ruta de Navarino, son paisajes sin duda intervenidos, que de manera muy abrupta se han ido ramificando y alterando los cursos de agua desde que se introdujo el castor en el año 1946.
No podemos negar la habilidosa obra de ingeniería, que además nos entrega una estética particular, pero que han significado pérdidas importantes en términos de biodiversidad.

Geolectura

Sistema Litoral / Fluvial / Andes Patagónicos

A diferencia de en su ecosistema nativo, los bosques de Norteamérica, el castor no tiene depredador en la Patagonia. Los bosques australes no ofrecen control alguno a la creciente población de castores, que ya ha invadido decenas de miles de hectáreas del delicado y único bosque nativo, amenazando su existencia.

En su afán natural e instintivo de construir madrigueras, admirables construcciones que brindan un refugio con acceso subacuático, el castor tala árboles que tardaron centenares de años en crecer.

Los troncos son acumulados para formar embalses de hasta metro y medio de altura, que inundan amplios espacios transformados en estanques, ahogan a las especies autóctonas y favorecen el proliferamiento de otras especies no nativas. La fauna y flora local, incapaz de adaptarse a tan rápido cambio en sus condiciones de vida, amenaza con desaparecer.

El ímpetu de conservación, a su vez, abre un dilema ético y moral: la erradicación forzada y violenta de la población de castores deposita la responsabilidad de este desastre ambiental en una especie que solo se adaptó a un entorno nuevo. El error humano, una vez más, no es asumido por sus perpetradores.

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