La Cordillera de los Andes, columna vertebral de Chile, además de ser una gran pared divisoria entre naciones y un grán biombo climático que resguarda y genera un clima particular para los que habitamos a este lado de los Andes.
Los Andes también son parte del imaginario cultural de nuestra sociedad, un símbolo de identidad en el que recaen diversas responsabilidades, tanto físicas como culturales.
Para algunos podría ser paisaje habitable por vivir en sus laderas, para otros paisajes explorables al querer conquistar sus picos más altos, para otros un paisaje distante donde la admiramos desde la lejanía y donde sólo nos dedicamos a observar su grandeza.
Pero nos quedamos con su gran labor de ser un paisaje de la memoria, un hito del paisaje que durante miles de años ha sido foco de inspiración para pintores, músicos y poetas, generador de una cultura andina.
Geolectura
La belleza de las montañas también radica en su participación en el delicado equilibrio de la Tierra. La isostasia es el principio de balance de masa de la corteza terrestre.
Para que este equilibrio se mantenga, cada elevación de la topografía, cada montaña, debe poseer una profunda e invisible raíz que compense el exceso de masa que se alza sobre el nivel del mar. Así, tal como el iceberg que emerge sobre el mar es solo la punta del hielo sumergido, las montañas que observamos son la cúspide de una gran masa que se extiende en profundidad. Los Andes no solo se prolongan en altura y superficie, bajo nuestros pies, sus profundas raíces los soportan y mantienen el sensible balance de la corteza terrestre.
La Tierra es un sistema dinámico, en constante cambio y movimiento. La única constante es el balance: cada alteración debe ser compensada para mantener el equilibrio. La isostasia no es excepción: si una montaña pierde masa, ésta deberá elevarse para compensar dicha pérdida. Hasta hace solo unos miles de años, enormes masas de hielo de hasta un kilómetro de espesor cubrían la superficie de los Andes.